Entrevista a Javier Azparren y a los otros 2 médicos guipuzcoanos premiados en los Top Awards 2015.
Enlace a la noticia original publicada en diariovasco.com: receta-buen-medico-20160111001546.html.
La cita es a primera hora de la mañana en un céntrico hotel donostiarra antes de que empiecen otra jornada de consultas y visitas a pacientes en postoperatorio. Cada uno tiene sus días de quirófano, en los que «uno sabe cuando empieza pero no tanto cuando acaba», por lo que no resulta tan sencillo cuadrar las agendas de los tres médicos guipuzcoanos que han sido reconocidos entre los cincuenta facultativos españoles más recomendados por otros doctores. Jaime Usabiaga (Traumatología), José Antonio Arruti (Cirugía Maxilofacial) y Javier Azparren (Urología) optan al premio Top Doctors Awards 2015, que entrega la plataforma del mismo nombre y agrupa «a los especialistas a los que acudiría su médico». DV les reúne en torno a un café en la que se convierte en una tertulia informal entre colegas a partir de una pregunta: ¿Qué significa ser buen médico?
«Es muy importante tener un trato exquisito con el paciente, escucharle. Hay que darles confianza y transmitirles la enfermedad de forma correcta, que lo vayan asimilando. Yo no soy capaz de decirle a un señor mayor ‘tiene un cáncer’ y pasar al siguiente. Hay que tratar el tema como me gustaría que lo hicieran conmigo», abre fuego Arruti. Por supuesto, está el trato, pero de medicina algo hay que saber. «Claro, para ser especialistas como nosotros, que nos gusta muchísimo lo que hacemos, hay que estudiar, estar al día, avanzar, publicar cosas y estar siempre alerta por si puede saltar alguna complicación», resume el experto maxilofacial, que se confiesa «muy exigente» consigo mismo. Es de los que nunca canta victoria «hasta que compruebo que todo ha salido bien al 100% y no hay ningún problema».
Sin duda, los conocimientos son muy importantes, pero con el bagaje que también atesora Jaime Usabiaga destaca en primer lugar la cualidad de «ser humano». Lo que pasa por «ser paciente y tener la actitud de escuchar, que es lo primero. Y luego conocer la situación del enfermo, ponerse en el lugar del otro y preguntarte: ¿qué me haría yo si tuviese eso?». Esa empatía que supone ir más allá de la teoría de los libros, «porque al principio es muy fácil eso de ‘este tiene tal y hay que hacerle cual’. Pero detrás hay una persona, que es a la que hay que escuchar y transmitirle las cosas poco a poco. Siempre digo que lo bueno cuando salgo de la habitación del enfermo es que se quede con una sonrisa. Que esa visita al recién operado no se haga de mala gana, muy serio… Todo esto quizás es más importante que el conocimiento».
Para Javier Azparren, el más joven de los tres, lo que hace de un médico un mejor médico está «en ser buenas personas con el paciente e innovar». Y para cumplir la primera parte, es preciso «generar confianza, que el paciente tenga la seguridad de que el que está delante le va a aconsejar lo mejor para él. Y tenemos que ser sinceros». Por ejemplo, si hay un caso que se escapa a sus conocimientos más específicos, «hay que tener la humildad de reconocer hasta dónde llegamos y derivar al enfermo a otro especialista». O dicho por Arruti: «Para no hacerlo bien, no dominarlo, no tiene sentido».
Acordarse de los fracasos
Porque algunas intervenciones pueden ser sinónimo de noches en vela. «Con la edad nos vamos haciendo más cautos y conservadores. Un fracaso en la cirugía es un desastre, te vas a la cama y le estás dando vueltas…», confiesa Usabiaga. «Nunca te acuerdas de los éxitos, sino de los fracasos», apostilla Azparren.
Como en otras facetas de la vida, pese a todos los esfuerzos, el riesgo cero no existe. Usabiaga trae a colación un informe de la Organización Mundial de la Salud sobre las cirugías más agradecidas por el paciente, que son las de catarata y las de prótesis de cadera. Estas últimas tienen muy buen resultado en porcentajes muy altos, pero no son del 100%. «Una o dos se infectan y como suceda, te acuerdas de esa prótesis toda la vida. Es un drama, sobre todo porque la expectativa que teníamos era muy elevada», cuenta el traumatólogo, que como los otros médicos está más que acostumbrado a que le pregunten «¿me quedaré bien no?». Y les responde: «Si me voy en moto a Zarautz, ¿me firma usted que no me pasará nada?». Por eso, subraya, hay que informar bien a los pacientes de los riesgos que van a correr.
Eso, en los casos en que se decide operar. Un paso que no hay que precipitar «salvo que sea vital». El traumatólogo recuerda cómo en un congreso sobre hernias de disco, «que una vez intervenidas no todas quedan bien», le preguntaron qué es lo que más cura esas hernias «y respondí que la lista de espera. Tras seis meses muchos deciden no operarse, y esa espera es lo que cura con más seguridad y menos riesgo, a menos que estés con una ciática horrible. Pero si se te pasa el dolor…».
Otro ejemplo: hay mucha gente con el ligamento cruzado roto a la que no es preciso intervenir. «Si la rodilla está estable, es suficiente para pasear, andar en bici… Otra cosa es si se trata de un futbolista».
O que no lo sea y quiera serlo tras pasar por el quirófano:
– ¿Con esta prótesis podré jugar a fútbol no?
– ¿Pero juega al fútbol?
– No, pero como la rodilla ya no me va a doler…
Si se decide operar, hay cirugías y cirugías, hasta esas más complejas que alteran el sueño. « A mí me costaba dormir la víspera de una intervención gorda, y al día siguiente también», reconoce Arruti, que fue noticia a nivel estatal por liderar la reconstrucción, durante 27 horas seguidas, de la cara de una guipuzcoana que quedó totalmente destrozada tras sufrir un accidente.
Sea un caso difícil u otro más sencillo, el buen médico ha de estar «siempre en alerta, lo cual es muy importante», prosigue el cirujano maxilofacial, quien huye de la autocomplacencia, «de decir qué bueno soy y qué bien lo he hecho. Hay que demostrar que estás al tanto en todo momento». En su caso, durante muchos años operó martes y viernes por la tarde, «con lo cual pasaba visita sábados y domingos. No me iba de vacaciones si tenía un paciente intervenido, porque quería estar próximo». Hay que estar. «Piensa en la angustia que genera al paciente la ausencia del médico cuanto tiene un problema».
Dar el móvil a los pacientes
El número del móvil que Azparren, que desde 2004 forma equipo con el urólogo Ion Madina, ha dejado junto a la taza de café lo tienen cientos de personas. «Sí, sí, se lo damos a todos. Yo me quedo más tranquilo si el viernes le doy el alta a un señor y se va con el número, porque si tiene algo y me llama el sábado quizás lo resolvamos enseguida; si se espera al lunes se puede complicar. Incluso por puro egoísmo, prefiero por mi tranquilidad estar localizable», reconoce el urólogo, quien ha comprobado «lo educada que es la gente». Vamos, que si le llaman un sábado por la tarde «es porque tienen 39 de fiebre y lo necesita de verdad».
Estos médicos aseguran que los pacientes normalmente no se quejan por nada, «por eso hay que escucharles». La conversación vuelve al inicio y Arruti rememora un caso «en el que pensaban que estaban exagerando. Pero no». Resulta que un día recibió una llamada desde Andalucía de una madre preocupada porque su hija sangraba de noche por la boca y tenía unas hemorragias horribles. «Llamaba y me decía: ‘la chiquilla se me va en sangre’. Y era así. Tenía un angioma intravascular, una lesioncita que toqué con una pinza y empezó a sangrar como un géiser».
Hace años de este caso, tiempo en el que los medios diagnósticos y los tratamientos han avanzado a pasos agigantados. De ahí la necesidad de actualizarse. Y de innovar. «Si comparas la urología del año 2000 con la de 2015 no tiene nada que ver. Por eso hay que estar a la última e incorporar las novedades que se considere oportuno», subraya Azparren, quien recuerda cómo junto a Madina, a pesar de su juventud, trajeron a Gipuzkoa «por nuestra cuenta y riesgo tecnología como el láser verde, hoy conocido por todos, al que siguieron la crioterapia, la cirugía robótica…». La última incorporación ha sido el tratamiento láser para la incontinencia de la mujer.
Arruti, que continúa al frente de su clínica privada, habla también de tener tecnología punta y abordajes innovadores: «Me gusta ir a congresos internacionales para compararme y ver si hay técnicas mejores que las mías para incorporarlas». De hecho, una de ellas atrae a pacientes de países como Rusia o Alemania porque además del problema funcional en casos de trofias graves, logrando que mastiquen, también resuelve el aspecto estético.
Para avances, lo que han mejorado los materiales de las cientos de prótesis que se colocan en Gipuzkoa. De rodilla, por ejemplo, unas 500 nuevas. «¿En qué se parecen un coche de ahora con un 600? Pues lo mismo», dice Usabiaga rememorando la época cuando se empezaron a colocarse las primeras prótesis de rodilla y resultaban «un desastre. A los cuatro años estaban aflojadas, movidas… Las de cadera iban mejor, pero duraban unos 10 años. Ahora no sabemos lo que duran porque no fallan y muchos materiales sobreviven al paciente». Materiales heredados, en buena parte, del desarrollo de la industria aeronáutica.
No obstante, no es oro todo lo que reluce cuando se menciona la palabra innovación, advierte Usabiaga, quien apunta a la capacidad de saber lidiar con las presiones de las casas comerciales como otra de las destrezas que han de exhibir los médicos. «A veces es terrible. Hay que lograr un equilibrio entre las novedades y lo que merece la pena incorporar. Recuerdo a un médico que decía: ‘no voy a ser el primero en poner una prótesis ni el último que deje de ponerla’». Usabiaga predica con el ejemplo: a los pacientes les pone las prótesis de cadera que él mismo lleva.
La cita se alarga más de lo previsto. Hay que volver a consulta. ¿Un último consejo a los jóvenes que sopesan estudiar Medicina? «Que hagan lo que les guste, apuesten por ello y sigan formándose. Es una profesión tremendamente vocacional».