Las claves de la pasión sexual a los 80 años.
Entrevista publicada en la revista Yodona de El Mundo.
La edad importa bien poco para enamorarse, sentir de nuevo mariposas en el estómago o vivir la pasión sexual con intensidad.
Mario Vargas Llosa puso nombre de mujer a su felicidad, pero la pasión a los 80 años esconde algunos secretos más que el urólogo Javier Azparren Etxeberría resume en un viejo adagio latino: ‘Mens in sana in corpore sano’. «Si esto se cumple, la edad importa bien poco para enamorarse, sentir de nuevo mariposas en el estómago o vivir la pasión sexual con intensidad», indica el doctor.
Igual que las estructuras del cerebro cambian a lo largo de la vida, creando nuevas neuronas y almacenando datos, la sexualidad humana, lejos de detenerse en algún punto, sigue este mismo proceso y permite amar en la madurez de un modo excepcional dejando que esas vivencias y esa sabiduría vital compensen los estragos que causa el envejecimiento y los efectos de la erosión sobre el cuerpo.
Un estudio de la Universidad de Chicago demostró que entre los 57 y los 85 años, la mayoría de la gente disfruta del sexo. El 68% de los hombres y el 42% de las mujeres confesaron que habían tenido sexo en los últimos meses. El Centro de Salud y Envejecimiento de Australia Occidental preguntó también a casi 3.000 hombres de 75 a 95 años y un tercio reconoció que había practicado sexo al menos en una ocasión en el último año. No solo eso. Casi la mitad se lamentó porque le gustaría una frecuencia mayor.
Hay que perder el prejuicio cultural. Hay que romper definitivamente ese estigma social que castiga el sexo a partir de cierta edad y consigue que el tabú se imponga a una necesidad biológica. Si la naturaleza no marca una edad límite para gozar, ¿por qué esos juicios de valor que llevar a observar el sexo como si fuese una aberración?
Para Azparren es un hecho obvio que la pasión sexual y amorosa puede mantenerse vigorosa durante toda la vida, pero reconoce que no es algo espontáneo, ni tampoco un imperativo vital, sino que requiere un mantenimiento incesante desde tres ángulos para ir adaptando la sexualidad a cada momento. Así detalla el urólogo este entrenamiento.
En primer lugar, la cabeza tiene que estar bien equipada con un repertorio rico de estímulos y conceptos con los que confecciona su modelo de mundo: credos, conocimientos, aficiones, gustos culturales. Con ellos, la factura de la vida es más ligera y deja el ánimo abierto a la pasión o a nuevas ilusiones. El enamoramiento no sería posible sin un cerebro en acción, con ejercicios y rutinas que lo mantienen fuerte.
En segundo lugar, el sexo exige un físico más o menos armado. Los hábitos saludables desde edades tempranas ayudan a llegar a la vejez en buena forma y alejan ciertas enfermedades, como la hipertensión, la depresión o la diabetes. Por el contrario, los excesos, el sedentarismo y el consumo de fármacos, alcohol, tabaco y otras drogas suponen un escollo importante.
Habrá que asumir, en cualquier caso, que la erección hará alguna de sus jugarretas, pero esto no implica una condena sexual. Cuanto más avanza el tiempo, la sexualidad incorpora prácticas que van más allá de la penetración. Normalmente, la pareja ha ganado pericia a la hora de acariciar, de seducir y de crear erotismo. La práctica más habitual es la masturbación en pareja. También está el recurso de los fármacos. Aunque no obran milagros, ayudan, siempre que haya deseo sexual.
En consulta se advierte una preocupación cada vez mayor por mantener y mejorar la vida sexual independientemente de la edad. Por una parte, las parejas jubiladas retoman su actividad erótica aprovechando su disponibilidad. Por otra, la longevidad trae consigo separaciones a edades cada vez más avanzadas y, por tanto, posibilidad de nuevos amores. Esta nueva ilusión contiene el reto de sentirse físicamente atractivos y con un aspecto saludable, por lo que el beneficio del enamoramiento es doble.
Por último, hay que perder el prejuicio cultural. Los casos, célebres o no, de personas que vuelven a sentir la pasión más allá de los 60, 70 u 80 años, deberían ser ejemplos alentadores. Hay que romper definitivamente ese estigma social que castiga el sexo partir de cierta edad y consigue que el tabú se imponga a una necesidad biológica. Si la naturaleza no marca una edad límite para gozar, ¿por qué esos juicios de valor que llevar a observar el sexo como si fuese una aberración? Todo esto provoca que a veces se viva con culpabilidad, complejos y miedo a sufrir un ataque cardíaco o una lesión durante la práctica.